Si alguna vez asististe a una clase de yoga en la cual hayas experimentado una profunda sensación de armonía y bienestar, es probable que te hayas planteado la pregunta “¿cómo no descubrí esto antes?” Imagina cómo sería tu vida, tus elecciones, tu forma de interpretar la realidad si hubieras conocido el mundo del yoga en la infancia.
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Al nacer, tenemos una conexión natural con nuestro instinto animal, con nuestra naturaleza más genuina. Comemos cuando lo necesitamos y cuanto necesitamos, estamos en contacto con nuestras emociones y las manifestamos de manera espontánea, jugamos creativamente y exploramos el mundo con curiosidad, dormimos en función de lo que demanda nuestro organismo y nos movemos conforme nuestro cuerpo se va desarrollando (teniendo en cuenta que la columna vertebral de los seres humanos adquiere sus curvaturas fisiológicas durante los primeros años de vida). En base a lo dicho anteriormente, podemos interpretar que en nuestra primera infancia estamos en total armonía e integración.
A medida que vamos creciendo y aprendiendo de nuestro entorno, poco a poco vamos alejándonos del instinto y la intuición para dar paso al predominio de la mente y la razón. Si bien este proceso no es malo en sí mismo, comenzamos paulatinamente a separarnos de nuestro cuerpo y nuestra emocionalidad, a dejar de escucharnos, a medir la exteriorización de nuestras emociones, ajustamos nuestros horarios de sueño y comida en función del ritmo al que se mueve el mundo, reducimos las instancias de juego creativo convirtiéndolas en competencias que requieren de táctica y técnica, anulamos la curiosidad con aprendizajes estandarizados, y dejamos de movernos naturalmente para pasar a estar sentados gran parte de nuestro día. Con el correr del tiempo, llegamos a considerar nuestro cuerpo como un mero vehículo para transportar nuestro cerebro y las emociones como mera sensiblería y susceptibilidad.
Si tenemos en cuenta los altos niveles de estrés y malestar generalizados en la sociedad, podemos ver claramente los efectos de esta separación, de esta desconexión en el complejo cuerpo-mente-alma.
Volvamos al principio, ¿Cómo puede el yoga beneficiar a los niños?
En primer lugar, honrando su sabiduría natural, permitiéndoles ser niños, facilitándoles un espacio de exploración en libertad.
Una clase de yoga infantil es una construcción grupal que se va desarrollando colaborativamente a partir de propuestas lúdicas. Los juegos que realizamos en una clase de yoga infantil no tienen por objetivo competir, sino lograr mayor unión con uno mismo, con los demás integrantes de la clase, con su mundo y con su entorno.
Estos son algunos de los múltiples beneficios que el Yoga aporta en la infancia:
- Estimula y mejora la concentración y la atención.
- Estimula la creatividad.
- Mejora la respiración y enseña a usarla como herramienta para gestionar nuestros estados de ánimo.
- Favorece la autorregulación, el espíritu colaborativo, y la tolerancia.
- Contribuye al correcto funcionamiento del organismo.
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- Facilita el autoconocimiento psico-físico-emocional. Al conocerse a sí mismos, niños y niñas cuentan con mayor información para elegir qué es lo más orgánico y respetuoso para sí mismos, y transferirlo hacia los demás y su entorno.
- Contribuye a la estimulación del equilibrio, a la tonificación y elongación muscular, y a mantener la flexibilidad articular.
- Aporta consciencia a través del movimiento, estimulando la propiocepción, la coordinación y el desarrollo de la motricidad fina.
- Facilita un espacio de relajación, donde pueden aprender a conectar, inducir y encontrar dentro de sí mismos un estado de calma y serenidad.
Como practicante y profesora de yoga, lo que más me gusta del yoga en la infancia es la posibilidad de generar un espacio de juego y exploración libre de expectativas, objetivos y competencias, un espacio seguro donde cada uno puede aportar todo lo que trae sabiendo que será valorado.
El yoga nos conecta con nuestra pureza innata, nuestra bondad natural y básica. Imaginemos cómo sería el mundo del futuro si los niños de hoy aprendieran a mantener viva esa conexión con el ser maravilloso que llevan dentro. Yoga es mucho más que posturas físicas, es un camino de apertura, de unión, de amor, de respeto y de armonía que impregna todos los aspectos de la vida.
Lucrecia Ricchezza
Docente - Profesora de Yoga - Coach Ontológico Transformacional – Autora del libro “La Aventura de Suri, un vinyasa hecho cuento” publicado por Editorial Olivia.
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