Ante todo quiero aclarar que lo que vas a leer a continuación no tiene basamento científico alguno, sino que forma parte de mis observaciones y opinión personal.
Son múltiples los beneficios que las cremas humectantes corporales tienen para la piel. Pero además de mantenerla tersa, luminosa, hidratada y suave, hay algunos factores adicionales en el acto de ponernos crema que lo hacen un hábito que todos deberíamos adoptar.
Autocuidado: al ponernos crema estamos invirtiendo tiempo y atención en nosotros mismos. Es un momento de exclusividad en el que te regalás el privilegio de mimarte, dedicándote un rato a ocuparte de tu bienestar. Y esto repercute a la larga en todo lo que hagas y en tu forma de abordar tu día y tus vínculos, porque al sentir que cumpliste con vos misma o con vos mismo recargando tu energía, inmediatamente dejás de sentir que te estás relegando o haciendo a un lado cuando te ocupes de otros.
Automasaje: implícito en la acción misma de esparcir la emulsión en el cuerpo está el hecho de masajearnos y acariciarnos, acciones que, realizadas con consciencia y amor tienen el potencial de incrementar tu autoestima al mismo tiempo que a aliviar tensiones y relajar los tejidos blandos del cuerpo. Sin embargo, como leerás más adelante, algo tan simple como masajearse uno mismo, puede representar un desafío enorme para muchas personas.
El encuentro íntimo con la desnudez: quizás este sea el motivo por el que mucha gente experimenta un elevado grado de reticencia (probablemente de manera inconsciente) a usar cremas. Uno de los motivos por el que esto ocurre puede ser que la desnudez nos hace vulnerables, se siente frío, desprotección, el cuerpo se tensa en contacto con la crema y lógicamente queremos volver a abrigarnos y cubrirnos cuanto antes para evitarnos la incomodidad. Otro motivo, tal vez un poco más profundo, tiene que ver con nuestra relación con la desnudez. En muchos casos, los adultos actuales fueron niños a los que se les inculcó que el cuerpo desnudo era motivo de vergüenza, un tabú, lo que a la larga termina derivando en una desconexión con el propio cuerpo y hasta incluso una negación del mismo. Por otro lado, está la autopercepción que tengamos de nuestro cuerpo. Y en esto es sumamente importante que entendamos que nuestros ojos no nos dicen la verdad. Lo que percibimos con los ojos no es más que luz a la que nuestra mente le da una interpretación y dicha interpretación está siempre, siempre, sesgada por el ambiente. Y el ambiente nos ha avasallado desde pequeños con imágenes y estándares en los que la mayoría no encajamos. Entonces hemos aprendido a odiarnos y a autoflagelarnos con hábitos nocivos pura y exclusivamente por la creencia de que no encajar en un parámetro nos hace insuficientes. Mirá estos ejemplos, seguramente los hayas oído/dicho alguna que otra vez: "no estoy lo suficientemente flaca", "mi piel no es lo suficientemente tersa", "mis ojos no son lo suficientemente grandes", "mis piernas no están lo suficientemente torneadas", "mi abdomen no está lo suficientemente marcado". ¿Todo esto no es lo "suficientemente algo" para quién o para qué? Hemos crecido para ser nuestros peores enemigos, nuestro jueces más severos, los primeros en criticarnos y usar todo tipo de agravio para con nosotros mismos. Y es por esto que el encuentro con nuestro cuerpo en la desnudez, para tantos implica un desafío y un esfuerzo. Es encontrarnos uno a uno con aquello que negamos, que tapamos, que vestimos para no ver, marcas, flaccidez, celulitis, estrías, cicatrices, piel, arrugas, lunares, berrugas, sarpullidos, pliegues, colgajos, y la lista sigue. Y no solo se trata de ver, sino de tocar y acariciar aquello que aprendimos a percibir como error, como imperfección (dicho sea de paso, la perfección es una palabra que nos ahorraría muchos males de ser erradicada), como algo digno de avergonzarnos y que ojalá pudiéramos borrar. ¡Por favor, qué desperdicio de tiempo y de vida pensando cosas tan ultrajantes! Esto no quiere decir que no hagamos cosas para mejorar esas condiciones. La cuestión es desde dónde lo vamos a abordar. ¿Desde el odio y el castigo o desde la aceptación y la amorosidad? Y es en este sentido que considero que aquí reside una oportunidad para crecer y trascender; en este caso, la oportunidad de abandonar viejos patrones e ideas que no nos suman y que, de hecho, nos hacen más mal que bien. En este sentido, ponernos crema puede ser un acto de valentía y de amor compasivo. Un encuentro para trabajar la aceptación, para practicar la mirada contemplativa y amorosa, para amigarnos con nuestro cuerpo, conectar con él y apreciarlo por lo que es. Y tal vez, a partir de esta reversión de la mirada podamos ir acallando a ese juez interno para el que siempre vamos a ser insuficientes, cambiar las palabras que usamos para referirnos a nosotros mismos y asumir un compromiso de cuidado y protección para con este preciado vehículo que nos ha dado la vida al habernos regalado el privilegio de experimentarla.
Como ves, los beneficios de ponernos crema trascienden la epidermis. Es más, puede ser un gran motor de cambio en tu consciencia para comenzar a pensar tu cuerpo desde otro lugar, a tomar decisiones que lo nutran, que le hagan bien y a cambiar tu forma de relacionarte con vos mismo, con tu cuerpo, y con todo tu ser.
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