Sobre cómo el 19 de febrero de 2018 me inmolé y comencé a vivir mejor.
Cuando yo era chica en los 80´ y en mi casa sonaba el teléfono, antes de atender había que preguntar quién estaba y quién no. Esto para mí era moneda corriente, uno podía decidir si contestar o no y nadie salía ofendido.
Hoy en día, con los teléfonos celulares y la variedad de redes sociales a nuestro alcance, algo como esto es un lujo impensado. Millones de personas a diario utilizan la red Whatsapp de mensajería instantánea en sus teléfonos personales para acortar distancias y mantenerse en contacto con sus seres queridos, familiares y amigos. Sin embargo, Whatsapp presenta un lado B que constituye un peligro y una amenaza para nuestro bienestar.
Alrededor del año 2016, hubo una revolución en la comunicación en mi ámbito laboral gracias a la posibilidad de crear grupos en Whatsapp. Al principio todo era entusiasmo, para compartir ideas y mensajes con mis compañeras ya no tenía que esperar a verlas en el colegio ni tomar nota para contárselos más tarde. Ahora, sin importar la hora ni el día, podía saciar mi ansiedad al enviar un mensaje instantáneo que ellas podrían leer cuando dispusieran.
Para diciembre de 2017, tenía en mi teléfono personal 12 (DOCE) grupos de Whatsapp netamente relacionados con mi trabajo. Durante todo ese año, recuerdo haberme sentido cansada, agobiada, irascible, impotente y frustrada la mayor parte del tiempo. Sentía que ir a trabajar era un tedio y me desesperaba el hecho de que la profesión que había elegido y que tantas satisfacciones me venía dando se hubiera convertido en una pesadilla. Comencé a buscar otras actividades y profesiones para salirme de ese círculo agobiante en que mi profesión había devenido. Gracias al trabajo introspectivo, comencé a buscar qué situaciones disparaban mi cansancio y mi sensación de opresión constante, pensaba que eran resabios anárquicos de mi adolescencia y que era cuestión de seguir madurando. Pero no se trataba de eso. Era algo más. Algo más profundo, sentía que, quizás mi única convicción firme, mi libertad, estaba siendo puesta en jaque.
Descubrí que mis emociones negativas, la irascibilidad, el dolor de panza, la ansiedad y las ganas de huir, se disparaban cada vez que al abrir Whatsapp en mi teléfono para charlar con mis padres, hermanos y amigos, me encontraba con una cantidad abrumadora de mensajes de los grupos de trabajo. Lo comenté con mis colegas y seguí su consejo de silenciarlos, pero aún así sentía mi energía y entusiasmo drenarse cada vez que los veía. Me volví quejosa, molesta, peleadora, combativa, rumiadora, todas actitudes que no quería para mí. En mi mente tenía diálogos eternos con gente imaginaria acerca de lo que diría cuando me fuera de todos los grupos, pero sólo sentía más impotencia y ansiedad. Porque es que los grupos de Whatsapp nos convierten en sus rehenes. Una vez que alguien se toma la atribución de adherirte a un grupo en el que considera que tiene derecho a incluirte, ya no podés salir sin sentir sobre vos el escarnio público, la mirada acusadora, el miedo a las consecuencias. Yo me sentía rehén, de ahí mi frustración. Sentía mi libertad soslayada y violado mi derecho a no estar. Pensando y pensando, elaborando en el por qué de semejante malestar, me di cuenta de que el motivo por el que llegaba cansada y agobiada a mi trabajo era que ya había estado mentalmente al haber estado contestando a los varios grupos laborales de Whatsapp. Cada nuevo mensaje disparaba un nudo en la panza, la sensación de no haber cumplido con algo, el desgaste y la mala predisposición ante cualquier pedido de mis superiores. Cuando llegaba a trabajar, ya quería volverme a casa, cada sugerencia, pedido o comentario era una carga más; se me habían terminado la paciencia y la buena voluntad. Me sentía atrapada, como envuelta en papel film y luchando por escapar.
Hasta que un día, un sábado de febrero de 2018, justo antes de reincorporarme a mi trabajo luego de unas distendidas vacaciones, recibí un mensaje en un grupo laboral que me impulsó a tomar la decisión drástica y final. Me inmolé. Busqué cuál sería la forma de salirme de todos los grupos en los que estaba, ya fueran laborales o de mi grupo familiar. Necesitaba darme de baja de ese mundo nefasto que me consumía las energías, me oprimía y me colmaba de bronca y ansiedad. La única forma posible era dar de baja mi cuenta de Whatsapp, una inmolación social. Y así fue. Debo confesar que temblaba y que mi único pensamiento era "¿ A qué me voy a dedicar? Me van a echar!" Pero al mismo tiempo que mi mente apocalíptica "catastrofizaba" el asunto, me invadía una ola de aire fresco y una inmensa serenidad. Si me echaban por haber seguido mis convicciones, entonces no habría perdido. Después de todo, yo solo quería volver a amar mi trabajo, a mis compañeras, mis directivos y dar lo mejor de mí en el momento en el que realmente tuviera que darlo. ¿Cómo puedo estar aquí y ahora si tengo que estar en todos lados al mismo tiempo? ¿Cómo puedo realizar bien mi trabajo si todo es prioritario? ¿Cómo puedo reciclar y recuperar mi energía si mi tiempo libre está atestado de mensajes laborales en mi teléfono privado?
Al cabo de un rato volví a instalarlo y desde entonces, no he vuelto a formar parte de ningún grupo laboral. Me costó mucho, y aún me cuesta, que mi decisión sea comprendida y respetada. Pero mi libertad individual y mi derecho a disfrutar de mi tiempo libre ya no pueden volver a ser soslayadas.
Vivimos tiempos en los que nuestro derecho a no atender, a no estar, a no contestar un mensaje inmediatamente, a no permanecer donde no lo deseamos se encuentra totalmente devaluado. Esto no puede más que tener consecuencias negativas para nuestro bienestar psicofísicoemocional. Estamos entregando a otros la potestad de decidir por nosotros por temor a las consecuencias que defender nuestras convicciones y valores pueda ocasionar, desestimando la debacle para la salud en la que pueda derivar.
Este es quizás el artículo más impopular que haya escrito, pero es también un artículo lleno de esperanza, valentía y empoderamiento. Decir que no siempre es violento, el no suena duro y hay que explicarlo, pero no necesariamente tiene que implicar gritos, insultos, dramatismo y llanto. Podés hablar desde tus convicciones, desde tu corazón, con calma, con amor, y con firmeza. No esperes a colapsar, ni a llegar a un punto de no retorno. Marcá los límites de tu individualidad de manera sana y amorosa, incluso si tenés que decir que no a una modalidad instaurada desde hace tiempo. Es difícil, porque tememos perder el cariño de los otros y como seres gregarios que somos, nuestra supervivencia depende del afecto de nuestro entorno. Pero el límite siempre es tu salud psicofísicaemocional. Tampoco es cuestión de que te vuelvas un tirano de tus propias convicciones, es importante saber elegir las batallas. Podemos ceder y adaptarnos a incomodidades momentáneas en pos de vivir en armonía, y ante situaciones que no dependen de nuestro control. Pero es vital que encuentres esas zonas de poder que están bajo tu dominio.
Tu feed emocional lo creas vos.

Comments