Es simple. Y no voy a hacer una larga introducción al respecto.
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El problema no está en el paso del tiempo, sino en la concepción que tenemos de lo que ocurre con él. Cuando comencé a enseñar Inglés, me encontré ante la necesidad de explicar cómo decir la edad en esa lengua. Para la comunidad hispano-parlante el paradigma es que, a medida que crecemos vamos teniendo más años, como si nos apropiásemos de ellos, ganando mayor experiencia. En contraste, en Inglés, desde que se nace, se empieza a envejecer. Fijate que "I am... years old" implica que soy tantos años vieja o tengo tantos años de antigüedad, que para el caso es lo mismo.
El problema no reside en una mera cuestión de estilo, sino en el poder casi mágico, podría decirse, de las palabras que usamos para relacionar nuestro desarrollo con el paso del tiempo.
¿Cómo? Al usar la palabra envejecimiento, estamos dando por sentado una serie de conceptos que tienen un efecto a nivel subconsciente, juicios, programas y creencias que han quedado grabadas en nuestra "caja negra" y desde la cual, inconscientemente, filtramos nuestra percepción del mundo.
Cuando hablamos de envejecimiento, damos por supuesto que hay una instancia llamada "vejez"; envejecer hace referencia a un proceso en el que ineludiblemente vamos ingresando a medida que transcurre la vida. Ahora bien, la "vejez", de acuerdo con el diccionario Oxford Languages, es:
"1. Último período de la vida de una persona, que sigue a la madurez, y en el cual se tiene edad avanzada. "convencionalmente, se considera que la vejez comienza a los 65 años de edad y dura hasta la muerte"
2. Cualidad de viejo. "de pronto, sentí en los hombros y en las piernas toda la carga de mi vejez""
No iba a incluir los ejemplos en esta cita pero me parece que no tienen desperdicio para ilustrar el tema que nos convoca. También me di un paseo por el diccionario de la RAE para chequear el significado "oficial" de viejo. Y, de entre todas las acepciones que enumera, recorté estas tres:
1. adj. Dicho de un ser vivo: De edad avanzada.
5. adj. Deslucido, estropeado por el uso.
6. adj. Usado o de segunda mano.
Hago una pausa larga para que el efecto dramático de esta conclusión, que cae de maduro, tenga el impacto suficiente para comprender que: estamos hablando acerca de un ser vivo de avanzada edad como un ser deslucido, de segunda mano, estropeado por el uso. Y encima, si retomamos la deficinión de Oxford, dura desde los 65 hasta el fin de nuestros días. O sea que cualquier persona mayor de 65, por ejemplo quienes vivan hasta los 100 años, ya están condenados al deterioro, el desgaste y a ser considerados "de segunda mano".
¿De verdad queremos eso?
Lo que entendemos por algo viejo, lo hemos internalizado como una condición sine qua non de nuestra propia existencia. Y de aquí se desprenden ideas que nos sumergen hasta el ahogamiento en un mar de resignación, y empezamos a repetir frases tan nocivas como "Los años no vienen solos", "los achaques de la edad", "ya estoy grande" o como dice la canción "El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos" y con esa cosmovisión viene la idea de la decrepitud insoslayable, la nostalgia de estar en los albores del otoño de la vida, y la resignación de no poder hacer nada para evitarlo. Y es que, aunque el paso del tiempo es ineludible, todo lo demás, todo lo que nos decimos al respecto, no. No tenemos por qué resignarnos a "envejecer". La vida es un proceso de constante desarrollo y evolución, de impermanencia, de cambio continuo. Estancarnos en el estadio, identificarnos con el concepto, comprárnoslo, resignarnos y convertirnos en él, es lo que nos convierte en viejos. Y eso, es lo que convierte al envejecimiento en una condición casi profética. Al asumirnos como poseedores de una determinada cualidad, no sólo comenzamos a comportarnos coherentemente sino que, además, interpretamos la realidad y nos autopercibimos en base a eso que creemos que somos.
La vida es un proceso de constante desarrollo y evolución, de impermanencia, de cambio continuo. Estancarnos en el estadio, identificarnos con el concepto, comprárnoslo, resignarnos y convertirnos en él, es lo que nos convierte en viejos. Y eso, es lo que hace del envejecimiento una condición casi profética.
Y sí, es cierto que tal vez a los 70 ya no puedas o no estés pudiendo hacer las mismas cosas que a los 20 o a los 55, y está bien. Es parte del desarrollo de nuestra vida como seres encarnados. Pero ojo, que eso no tiene nada que ver con la vejez. La vejez no es más que un concepto, que una palabra que remite a una idea que en algún momento pudo haber sido funcional. Hoy en día, este concepto daña, es obsoleto, ya no aplica. Y así como hemos deconstruído tantas creencias y mandatos que no suman o no son congruentes con la realidad actual de nuestras vidas, me parece que es momento de romper el paradigma. Y ser lo que somos, ser como nos sentimos en este mismo instante, dejando de lado el juicio, esa necesidad tan mental de definirnos, es hora de dejar de prestarle tanta atención a la conceptualización de lo que simplemente se expresa como la existencia misma y permitirnos ser en todo nuestro potencial, en el momento en el que estamos. Sin comparaciones con el pasado, ni nostalgias que no hacen más que sumirnos en la resignación y el abatimiento.
Somos libres de elegir cómo queremos vivir.
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Cuando despiertes a un nuevo día, tomate unos instantes para agradecer este nuevo despertar, para escucharte, para moverte con curiosidad, explorar tu movimiento, tus sensaciones, tu nivel de energía.
Teniendo en cuenta que en toda tu vida, por muchísimo que hayas vivido, nunca antes viviste este día, re-conocete en este nuevo despertar y, sin juzgarte, sin buscarle nombres a como estés, permitiéndote simplemente ser, salí a la vida.
Lucrecia Ricchezza
Profesora de Yoga y Coach Ontológico Transformacional
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