La gratitud por la gratitud misma
- Lucre Ricchezza
- 21 may 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 21 may 2021
La eficiencia del ejercicio de la gratitud para incrementar nuestros niveles de felicidad ha sido comprobada por la ciencia y es uno de los fundamentos de muchas prácticas espirituales. Sin embargo, hay algo en nuestro entendimiento del concepto de agradecer que podríamos ajustar un poco.
Hace unas semanas comencé un curso basado en el bienestar. Al inicio del curso, nos pidieron a los participantes que completásemos una encuesta que nos daría como resultado nuestro nivel de felicidad en base a una escala determinada. Sí, la ciencia puede hacer eso. La encuesta consistía en una serie de alrededor de 50 preguntas, algunas de las cuales me costó contestar no por el grado de dificultad, sino por el hecho de que me instaban a compararme con el promedio de gente de mi edad. Con el fin de cumplir con la consigna, me esforcé por contestar hasta qué punto siento que he alcanzado más que el promedio de la gente de mi edad. Pero al día de hoy, esa pregunta sigue incomodándome. ¿Cómo puedo evaluar mi felicidad si me comparo socialmente? Las comparaciones sociales sólo pueden acarrear envidia, miedo, celos, ansiedad, arrogancia. Emociones y actitudes todas que busco erradicar de mi vida, o al menos tener controladas. Y por otro lado, qué parámetro puedo usar para comparar quién ha alcanzado más que quién en la vida? Puesto que la vida es una experiencia personal e intransferible, no existe escala de valores posible para comparar dos vidas. Por ejemplo, a mis 36 años no soy propietaria de una casa, ni he tenido hijos, recién llevo 6 meses de casada luego de haber pasado más de una década en relaciones que muchos considerarían como fallidas, nunca he trabajado para una gran compañía ni alcanzado cargos jerárquicos de ninguna índole y mis ingresos de docente provocarían lástima a más de una persona. Quien se comparase conmigo en esa escala de valores podría considerarse sumamente exitoso. Sin embargo, esa escala es solo un fotograma en mi esquema de vida. A los 36 años puedo afirmar que no me arrepiento de ningún camino que he tomado, que en mi vida no ha habido fracasos sino ensayos con sus respectivos errores y aprendizajes, que no he tenido hijos porque no lo deseo, que soy una mujer libre que ha logrado reinventarse una y otra vez en pos de cumplir sus sueños, que tengo un trabajo que me permite disponer de mi tiempo con mayor libertad que quienes pasan 8 o 9 horas al día en una misma oficina y que encima puedo decir con una sonrisa que me dedico a lo que me gusta, que mis ingresos me permiten costear lo que necesito, y que a 6 meses de haberme casado puedo afirmar que valió la pena la espera y cada una de las relaciones que no prosperaron. En ésta, mi propia escala de valores, nadie me gana.
Sin embargo, no me interesa compararme con nadie. Y mucho menos, cuando de ser agradecida se trata. Y es que con la gratitud ocurre lo mismo que con la felicidad. He oído a muchas personas hablar de cómo se volvieron más agradecidas cuando estuvieron cara a cara con quienes no tienen nada. Eso, déjenme decirles, no es gratitud, sino miedo y lástima. Miedo a caer en desgracia y estar al mismo nivel que quien observo como detrás de una pantalla sabiendo que luego vuelvo a mi casa y mi mundo seguro, y lástima porque como los veo en una realidad ajena a la mía, los compadezco y me reafirmo en la tranquilidad de saberme una espectadora que al ayudar se siente involucrada. Y no quiero decir que la solidaridad no me parezca un acto desinteresado, de profundo amor y loable. Estoy enfocándome sólo en la gratitud y la inconveniencia de basarla en las comparaciones sociales. Y en este sentido es que sostengo que agradecer que mi realidad no es la de quien padece, la de quien no tiene, la de quien lo ha perdido todo, no es gratitud, es alivio. Si de comparar se trata, no perdamos de vista que somos el motivo del alivio de alguien más.
Y es que para agradecer solemos usar como trasfondo el miedo. Agradecemos tener salud, porque tememos perderla, agradecemos tener comida porque tememos al hambre, agradecemos tener un techo porque tememos el desamparo, agradecemos ser amados porque tememos el desamor y la soledad. Usar el temor como parámetro para la gratitud vuelve muy delgada la línea que la separa de la nostalgia y la ansiedad.
Lo que propongo en esta líneas es una nueva base para la acción de agradecer. Los científicos la llaman "apreciación de la belleza", y por belleza se refiere al concepto como una virtud aristotélica. Cuando apreciamos, partimos de la nada, sin expectativas, pero buscando descubrir en cada evento y en cada detalle la belleza que se esconde tras la apariencia de la rutina y de lo simple. Cuando apreciamos cada hecho de la vida es un regalo. Apreciando, no hay lugar para las comparaciones. Probemos apreciar y dar las gracias por los dones y bendiciones que nos han sido otorgados y todo lo que hayamos alcanzado, desde el asombro y la alegría, más que desde la comparación y el miedo.
El secreto está en la mirada, en la forma en que encaramos la vida. Te propongo una forma, pero vos podés encontrar la tuya. Como cada día tenemos la chance de reinventarnos y construir la realidad que imaginemos, por más que tu rutina sea siempre la misma, podés reversionar tu manera de transitarla. Por ejemplo, a mí me gusta imaginar que cada día encierra tres tesoros (o innumerables, pero pongo un número como mínimo) escondidos en cada cosa que acontece y que a medida que van pasando puedo ir descubriendo, como desvelando. A veces puedo notarlo en el momento, vas a ver que cuanto más practiques la apreciación, más fácil te va a ser identificar esos obsequios, que pueden ser de lo más obvios y variados. Y al final del día, hago el trabajo de repasar mi recorrido y anotar los tesoros que fui encontrando. Tal vez sean cosas que están siempre ahí, como abrir la canilla y que salga agua, y el agradecimiento no es porque haya gente que no tenga agua corriente sino por lo maravilloso que es que se haya desarrollado una cosa semejante, o la presencia de una persona que te ama, y que tu gratitud nazca no del miedo a que un día deje de estar con vos, sino por lo milagroso que es que entre todas las probabilidades que existen en el universo, ustedes se hayan encontrado. Otros tesoros incluyen situaciones extraordinarias, de esas que estuviste deseando y por las que pusiste mucho esfuerzo y trabajo.
Lo importante de todo esto es que te acuerdes que el secreto para vivir desde el asombro con gratitud genuina está en tu actitud, en tu forma de encarar cada nuevo día.

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