Tenemos la dicha (y la condena) de estar destinados a mirar para afuera.
Los ojos, se dice, son las ventanas al alma y al mismo tiempo son nuestras ventanas al mundo. Quienes tenemos la dicha de contar con un sentido de la visión funcional, descansamos en la mirada para conocer lo que nos rodea; confiamos ciegamente (vaya paradoja) en que nuestros ojos reflejan la realidad de la existencia, y hasta nos atrevemos a sentenciar cosas tales como que si "ojos que no ven, corazón que no siente", dando a entender que aquello que no vemos simplemente no existe. Quienquiera que nos haya diseñado con ojos delante del rostro, lo hizo para que pudiéramos protegernos de inminentes peligros en medio de la naturaleza y así garantizar la supervivencia de la especie. Pero además, junto con todo el aparato sensorial, el ser humano, también fue dotado de un cerebro para procesar las señales que llegan de los sentidos y, como si fuera poco, al ser humano se lo dotó con un plus, un regalo divino que conviene tener vigilado, algo más que es tan invisible como presente: "la mente". En su libro Ágilmente, el Dr. Estanislao Bachrach nos cuenta lo siguiente.
"Henri Matisse decía: ´Ver es una operación creativa del cerebro que requiere de esfuerzo´. Y era todo un adelantado. Hoy se sabe que la experiencia visual no es algo pasivo sino que se desarrolla analizando diferentes flujos de información que incluyen color, movimiento, formas exteriores, etcétera. Cada uno de estos aspectos es procesado de manera separada y simultánea, y luego agrupado para su síntesis en diferentes áreas del cerebro. Lo que vemos es el producto final de una larga y compleja línea de ensamblaje. Este proceso de construcción comienza cuando la información captada por los ojos, la materia prima, es enviada a la parte de atrás del cerebro y desde allí se divide en dos caminos que van a diferentes áreas, donde se procesará el color, el tamaño, la forma, etcétera. Por fin, todos estos elementos se volverán a juntar para convertirse en la imagen "final", la que tiene sentido para nosotros.
´Al menos un cuarto del cerebro está involucrado en el proceso de la visión, mucho más que en cualquier otro de los sentidos. Además, el setenta por ciento de todos los receptores de los sentidos del cuerpo está en los ojos. Es decir, básicamente entendemos el mundo que nos rodea mirándolo."
No voy a ponerme a hablar acá de cómo los sentidos nos engañan porque de eso ya se han encargado los filósofos y podemos recurrir a ellos en cualquier momento. Lo que me a mí me llama la atención y a veces hasta llega a angustiarme de la visión como sentido, es el hecho de estamos condenados a mirar para afuera. Y hoy, ya con dos décadas de antigüedad en el siglo XXI, lejos de estar amenazados por predadodres al acecho, y rodeados de una cantidad inmensurable de estímulos sensitivos, los ojos, más que preservadoress, en muchos casos terminan siendo aparatos "confusivos".
Y es que miramos y miramos; miramos todo el tiempo. Pasamos de mirar la pantalla del televisor a la pantalla del celular, de ahí a la computadora, la tablet o el smart watch, miramos fotos, hacemos zapping (de canales, de ventanas y de apps), leemos libros, ojeamos revistas, nos miramos al espejo, vemos caras, miramos el cielo, las flores, los árboles y el camino. Y en todo este mirar, también interpretamos, porque de eso se trata todo ese proceso que el Dr. Bachrach detalla en su libro: de interpretar. Damos sentido a aquello que percibimos a través de los ojos, un sentido que creamos nosotros mismos, que resuena con el relato individual que nos sustenta como lo que somos.
La intérprete simultánea de esas señales que decodifica nuestro cerebro es la mente. Y esa sí que es una maquinita que no para, procesa y procesa; laboriosa en su empeño, interpreta como puede, como le sale, en base a su experiencia pasada, más un poco de ensayo y error, y se la pasa pensando. Y cuando piensa habla, y habla y habla y no para, a veces pareciera que es nuestra peor enemiga. Como su alimento es la atención que le demos, busca contínuamente algo en que ocuparnos, a veces con preocupaciones genuinas y otras con inventos de lo más disparatados que si bien sólo ocurren en la mente, reciben una respuesta emocional que sí acaba por afectar al organismo. Tomemos por ejemplo el miedo. El miedo es una emoción generada por lo que la mente imagina que puede llegar a ocurrir en determinada circunstancia hipotética y si hipotética, entonces no concreta aún. La emoción -el miedo- genera una serie de reacciones químicas en el cuerpo que activa el mecanismo de huída, ataque, o parálisis, un reacción física y real ante una situación irreal. Esto también lo explica Eckhart Tolle en El Poder del Ahora.
El poder la mente es tal que en ocasiones podemos estar rodeados de amigos, familiares, gente que amamos y nos ama y tener nuestra atención secuestrada por los procesos autoconservadores de la mente; pues sigue interpretando, pensando, hablando, impidiéndonos estar completamente presentes en el presente, que en definitiva, es lo único que hay.
También es cierto que nuestro estado de ánimo puede influir en nuestra mirada, entonces cuando estamos contentos, todo es maravillo: "qué bonito que se está, cuando se está bonito" reza la canción. Por el contrario, cuando estamos de bajón o enojados, lo vemos todo oscuro, con pesimismo, pero eso sí cuando estamos enamorados,-"qué bonito es el amor!"- todo nos sonríe, el futuro es promisorio y un paisaje sombrío de pronto se puede volver inspirador.
Por lo general, la vida cotidiana nos tiene de aquí para allá con fechas y objetivos que cumplir, con obligaciones, horarios, rutinas nocivas que no se condicen con nuestros deseos, con redes sociales que nos agobian con sus filtros y maravillosos estilos de vida que tendríamos que tener mientras vamos de camino a la oficina. Y la mente se dispara, volviéndose nuestra enemiga en lugar de nuestra aliada. Se han realizado estudios acerca del incremento de casos de ansiedad y depresión generados por el uso tóxico de redes sociales. Y es que estamos ante un caso severo de superabundancia de oportunidades y de información. Las redes sociales nos presentan múltiples estilos de vida a los que podríamos aspirar. Sin embargo, esos estilos de vida no aplican a todos por igual. Nos estamos olvidando de las individuales y los caminos personales e intransferibles que vinimos a transitar. Llegado un punto de sobredosis informativa, la mente arde, el ratoncito que está ahí dentro no para de correr dentro de su propia rueda sin principio ni fin, y a la larga nos cansa, nos agota, nos quema el cerebro.
De repente, una bendición tan hermosa como poder contemplar el maravilloso mundo que nos rodea, se vuelve un factor de estrés enorme. El sabio Patanjali escribió en sus Yoga Sutras "yoga chitta vritti nirodha" que quiere decir yoga es el cese de las fluctuaciones de la mente. Y esto no se reduce a realizar práctica de asanas únicamente. A veces, lo único que nos da paz, es cerrar los ojos, mirar para adentro, no sólo para ver qué es lo que somos, sino para delimitar aquello que no somos. Al cerrar los ojos, los párpados se relajan, las cejas, las pestañas, los músculos de los ojos, la mirada se suaviza. Después de unos momentos de buscar desesperadamente algo en lo cual ocuparse, la mente va quedándose sin argumentos, busca en sus archivos pensamientos, listas de pendientes, algo con lo que pueda captar nuestra atención. Pero con los ojos cerrados, pasa algo que la mente no espera; con el sentido de la visión anulado, se activan otros centros, otros sentidos externos e internos pasan a ocupar el primer plano, la supremacía de la mirada es derrocada. Los sonidos, los perfumes y las sensaciones del cuerpo cobran mayor relevancia, la respiración se hace más larga, se profundiza, el ritmo cardíaco se ralentiza, el organismo y el cerebro se relajan haciendo que la mente, como si le hubieran dado un somnífero, vaya quedándose callada. De a ratos se da cuenta del truco y busca reasegurar su lugar con alguno que otro pensamiento, pero ya la paz interior es tan grande que directamente la atención no le hace caso. Después de unas cuantas respiraciones más, con el cuerpo vibrando de energía renovada, el cerebro descomprimido de la tensión que tanta información le demandaba, con el corazón henchido de calma, vuelvo a abrir los ojos, esta vez con la mirada compasiva, amorosa, suavizada.
Para mí, cerrar los ojos y enfocarme hacia adentro, no es sólo un camino hacia la calma, es el camino hacia mi esencia, el camino que me lleva de vuelta a casa.
Namasté
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