
¿Alguna vez te recostaste en el pasto o en la arena a mirar el cielo y ver pasar las nubes? ¿Cuándo fue la última vez que te regalaste el tiempo para hacerlo? Es un momento único y que recomiendo por varios motivos. En primer lugar, porque nos conecta con el no-hacer, con la quietud y la contemplación. Y eso es algo que en un mundo en el que predomina la exigencia, la velocidad, la productividad y el consumismo por sobre la calma, la austeridad y la lentitud, puede parecer tanto aburrido como un lujo al que no muchas personas pueden acceder.
El segundo motivo, y el que más resuena conmigo, la excusa para escribir estas líneas, es lo mucho que podemos aprender acerca de nuestra mente cuando contemplamos el cielo. Y es que el cielo parece siempre cambiante, impermanente, un momento hay sol y está despejado y al instante siguiente, brotan las nubes de repente, bloqueándonos la luz como si fuera un cielo raso. Otras veces, el cielo nos regala uno de sus espectáculos más sutiles pero no menos asombroso. De la nada, en medio del infinito celeste, podemos detectar que empieza a formarse una nube, que aparece primero como manchita blanca y poco a poco empieza a tomar forma, a medida que va acumulándose y juntándose con otras nubes que simplemente estallan. Unos instantes más tarde, esa nube se posa por un momento frente a nuestra mirada atenta que le encuentra las más variadas formas y caras, y a veces incluso charlamos acerca de lo mucho que se parece a tal o cual cosa. Y, por lo general, rara vez vemos todos lo mismo. Poco después, y dependiendo de la velocidad del viento, esa misma nube, que ya cambió de forma e intensidad unas cuantas veces, pasa de largo, comenzando a desvanecerse, siguiendo su curso en su viaje a quién sabe dónde, hasta que le perdemos el rastro y nos enfocamos en una de las tantas otras que se fueron formando alrededor mientras tanto. A veces, incluso hay capas de nubes más altas, algunas como pinceladas y otras que parecen copos de algodón, y qué decir de las que parecen tan compactas que terminan estallando hacia arriba como si fueran un volcán en erupción.
Sin embargo, más allá de las nubes que nos tapan el cielo, ahí arriba, sigue estando despejado y celeste y es un hermoso día de sol. Si alguna vez viste una foto tomada desde la ventana de un avión o volaste y lo comprobaste con tus propios ojos, sabrás a lo que me refiero. Lo mismo, si desde la cima de una montaña pudiste contemplar el valle cubierto por un manto blanco.

Y a todo esto, ¿en qué se parece el cielo a la mente? Bien, te propongo que imagines tu mente como el cielo celeste del que hablaba más arriba y tus pensamientos como las nubes que iban apareciendo y tapándote la vista de ese infinito espacio que rodea la Tierra. La naturaleza de tu mente es la misma que la de ese cielo, por cambiante e impermanente que parezca, más allá de tus pensamientos, siempre hay más espacio, siempre hay un cielo celeste. Podes hacer el ejercicio de sentarte a observar cómo está en este momento el cielo de tu mente y observar tus pensamientos como nubes que se van formando. Surgen de un destello, de un impulso eléctrico y van cobrando mayor intensidad al asociarse con fragmentos de otros pensamientos. Y en un momento determinado, uno de ellos se posa frente a tu atención, involucrándote en él, haciéndote perder de vista la inmensidad que lo rodea y el resto de las nubes que se han ido acumulando. Y de repente, como la bruma que viene del mar envolviéndonos sin dejarnos ver el horizonte, te deja completamente abrumada. Los otros pensamientos, mientras tanto, se van acumulando y aumentando el ruido, como tocando bocina queriendo pasar. Con todo esto, llegamos al borde del colapso, todo se vuelve demasiado, y en ese estado es muy difícil encontrar espacio para el silencio y la paz mental.
¿Qué podemos aprender de contemplar el cielo entonces? Podemos usar esta analogía para ser conscientes de que, aunque se nuble, ahí arriba hay más cielo, que por más que la nubes nos lo tapen, sólo es por un momento, que se trata de algo pasajero. Cuando miramos el

cielo sabemos que, eventualmente, las nubes
se disipan, que la niebla se levanta, y que vamos a volver a ver el cielo celeste, aunque en principio solo sea de a pedazos, en algún que otro recoveco. Lo mismo pasa con tu mente. Tus pensamientos surgen del espacio en tu mente, se inician, aparecen, van cobrando intensidad, captan tu atención y su naturaleza misma, como la de las nubes es disiparse, desvanecerse, precipitar en gotas que se evaporarán y generarán nuevas nubes, pero siempre, siempre siempre, en el espacio infinito de tu mente.
De esto se trata el elevarte por encima de tus pensamientos. Es ver el cielo de tu mente como desde la ventana de un avión, sabiendo que por más que abajo esté nublado o lloviendo a cántaros, solo se trata de eventos en tu mente, de nubes pasajeras, de manchitas blancas en un infinito, espacioso y pacífico cielo celeste.
Si querés explorar el paisaje de tu mente, te dejo el link a la Visualización de tu Paisaje Interno
Espero que la disfrutes.
Namasté
Por Lucrecia Ricchezza
Prof. de Yoga Integral Vinyasa y FisiomYoga
Coach Ontológico Transformacional
Docente
Comments